6.9.06

Préstamo propio


Otra vez el acelerador hundido, cerca del piso.


El carro se desliza sobre los charcos, dejando una nube de brisa lodosa y gris, como las nubes vacías.



Amanece.



La cabeza juega con la velocidad de los pensamientos, atropellados ya. A ciento treinta y siete kilómetros por hora sube el puente. Lázaro Cárdenas sin patrullas ni carros, ni gente, ni perros. Enteramente sola y dispuesta a ser el altar en forma de vacío.



El puente sube, retando a la velocidad del coche. El acelerador todavía tiene fondo para seguir pegándose a la alfombra sucia. Lo que le queda a la mente también, curiosa e increíblemente, se pega a la alfombra sucia de la vida y el coche gira, brinca del puente al vacío, a la boca de la cuidad y se desbarata contra el muro. Metales crujiendo, cristales estallando, fierros disparándose, fuerzas encontrándose y la existencia se apaga: la selección natural de las cosas.

5 comentarios:

leeleean dijo...

Me encanta la idea de la selección natural de los objetos, muy vinculada ciertamente a la idea de la destrucción de la materia.

Fab dijo...

heavy stuff man!

"La cabeza juega con la velocidad de los pensamientos"

me tripeó

jaja saludos y que siga
la letra dando! o no dando
jajaj

Anónimo dijo...

muerte perfecta...
soy d.

álvaro dijo...

Sí. Que sigan atropellándose las cosas por sí mismas, las letras dando o no dando, o quitando. Me intrigan los conceptos que abarcan ideas extensas, en este caso “la selección natural”. La decisión propia de todo buen conocedor de su propia masa de existencia al dar el paso, el salto a la boca abierta de la cuidad o por cualquier otro conducto. La naturalidad que debe de aceptarse en el acto de suprimir la existencia propia. La selección natural es agresividad pacífica entre las cosas se desenvuelven casi místicamente, por lo decir automáticamente.

Amanda García dijo...

leído