22.3.07

Procedimiento para bajarse de la cama


Iba a empezar a abrir los ojos cuando me acordé de alguien. Sigo en cama, 10 minutos antes de la hora de entrada al trabajo, otra vez tarde. Ese alguien fue un recuerdo que se desprendió de algún lado de mi cerebro y cayó en mi consciente como un rayo. Algo extraño sucedió en ese proceso, por un rato largo estuve meditando si realmente esa persona existe o si fue sólo la imaginación jugando en mí.

Luego la cuidad empezó a desintegrarse desde sus orillas hacia el centro. El epicentro de la materia era mi cama, en pocos segundos nada existiría. Me estremecí, estaba seguro que todo había desaparecido entonces; las personas, los mundos, los universos. Todo hecho nada. Cerré los ojos con fuerza, no quería ver cómo mi cuarto también desaparecería junto con mi persona. Era una sensación de alerta, de saber que al abrir los ojos pudiera provocar un sonido muy pequeño, como el de una tostada rompiéndose, y entonces dejar de existir aquí para pasar a existir en otro lado, a otro tiempo, entre otras fuerzas. Mi cerebro se revolvió adentro del cráneo como un pez que lucha por salir de su pequeña esfera, me dictaba con una autoridad sorprendente que abriera los ojos, que no fuera estúpido, que tal vez lo que vería al abrirlos serían tiburones galápago nadando junto al arrecife a un lado de mí. Los abrí en un acto de valentía somnolienta, y vi mi cama revuelta, el cuarto desordenado, varios pares de tenis regados por el piso. Vi mis libros y mis VHS.

Los pensamientos etéreos se esfumaron. Entonces mi cerebro dio un giro, como acostumbra, lo que se había esfumado era yo. Alguien me imaginó, alguien existe, alguien es lo real y yo soy la fantasía. Sonreí curiosamente, con una de esas sonrisas que se quedan a la mitad y otorgan de igual forma la mitad de la alegría correspondiente. Volteé a ver el reloj por puro instinto y una inercia perceptible se desencadenó. Sentado todavía en mi cama con los pelos rebeldes hechos bola en mi cabeza experimenté cómo la realidad volvió, y entendí inmediatamente cómo la cuidad se había integrado de nuevo, partiendo desde mi cuarto hacia las orillas de la urbe y aún más. La realidad siguió regándose en todas las direcciones, creando los campos, los cerros, todas las demás ciudades, los ranchos, los lagos, los bosques, los desiertos hasta llegar a las playas y meterse al mar.

El último pensamiento antes de conectarme plenamente al aquí-ahora, fue el de un tiburón ballena en el océano nadando tranquilo; gigante, moteado, pacífico, amable. Lo abracé, supe que mi imaginación estaba jugando de nuevo conmigo. 

Puse un pie en el suelo, busqué con la mirada ropa limpia y decidí no bañarme.

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