10.1.08

Ocho mil dos

Los movimientos no cambian, casi son idénticos, irrepetibles. Acontecen bajo el mismo método una y otra vez. Todos vamos envejeciendo, hasta los niños van creciendo y haciéndose otras personas, personas en el tiempo.

Los eventos que hacen los movimientos son por ende meras representaciones, platonismos reflejados por todas partes. La cena y la discoteca, el champagne y el güisqui de los caros, las bodas y los recién nacidos, las chichis operadas y las tías borrachas, el intercambio de regalos y el internet en el lobby, el conjunto de músicos y la ensalada con bombones y mandarinas. ¿Vamos a intentar balancear lo bueno y lo malo en todo esto? Paso sin ver. Mejor los invito a volver a la base de por qué lo bueno es bueno, por qué lo malo es malo y cuándo lo bueno es malo y viceversa. O avancemos hacia la desaparición de lo bueno, lo malo y todo lo demás.

Perdón pero he perdido el sentido de las fiestas, de desear año con año lo mejor de lo mejor. Y ¿qué irá a pasar en febrero cuando alguien necesite otro año nuevo así de pronto?, ¿cuál día será el mejor de los 365?, ¿por qué medir al tiempo en conjuntos de 365 días? Estamos ciclados, perdidos en los años de una historia que nunca empezó.

La carretera fue la pista por donde fui dejando las llantas erosionadas y la vista tratando de recolectar imágenes instantáneas como los triángulos con gallos, el sol sobre los árboles, los cerros y valles al atardecer, los pájaros en parvada. El pensamiento puesto en marcha, como el motor, con 6 cilindros, tomando curvas con el peralte suficiente para no caer al barranco. Hasta que se hace de noche y estás de regreso en otra parte, en el bosque. Traté de adivinar el lugar de la cabaña donde pasaba los veranos de mi infancia pero mi memoria se aferraba a una brecha que ahora tiene asfalto encima.

Voy enamorándome poco a poco otra vez de mí mismo y no es fácil. Algo supe en un tiempo pasado sobre no necesitar ni a conocidos ni a desconocidos y disfrutar de mis propios momentos y pensamientos. Pero para llegar a esa cima hay que caminar con poco equipaje y ahora más bien sigo buscando mis maletas en los carruseles de todos los aeropuertos que nunca he pisado. Tampoco es que lo pase tan mal; aquí está este puño de arena que guarda mi traje de baño para atestiguar los veranos que nos fabricamos en la playa. Son sólo las quejas que nos salen a los que no nos hemos encariñado todavía con el frío del invierno.

La máxima depresión continental de Euro-Asia se encuentra en el mar Caspio y creo que a menos de dos mil ocho personas les ha de importar esto.


Tomado de una persona que vive en una cuidad relativamente al noreste del istmo de Tehuantepec.

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