13.8.08

A la cola...

Hacemos las paces sin mirarnos a los ojos.

Mi futuro se despista con el vuelo de un búho que ronda el jardín en los atardeceres.

La tecnología sigue dando de qué hablar; me mandan un correo electrónico desde Monterrey urgiendo mi comunicación oral, propongo el Skype, el interesado no sabe de estos programas gratuitos y de fácil acceso. Tomo un puñado de monedas, soles peruanos, anoto el número de Monterrey y me voy al teléfono público. Entrevista remota, voy insertando las monedas y contestando a las preguntas. Pan comido. Los músculos de mi espalda se tensan al día siguiente.

Mando los archivos prometidos. Las fórmulas en los libros del Excel se auto-calculan por sí mismas, las tablas dinámicas brotan como agua. Mi hoja de vida les dice que picho, cacho y dejo batear. Todos los días me levanto cuando mi ipod se prende soltando música, esta semana los encargados de las tonadas fueron Pacific, sonidos amables desde Suecia para mañanas de cielos siempre-nublados. Ya casi me da igual que sea agosto o septiembre. Hace un año anduve en Portland y me gustó mucho, andaba huyendo de las calamidades que le salen al amor cuando le dan espasmos.

Lo que sí me afecta es cuando me despierto pensando que es jueves y tengo que esforzarme en demostrarle a mi pensamiento que es jueves para darme cuenta que en realidad tengo a un miércoles casi nuevo frente a mí, me siento como un cangrejo en el tiempo. El único consuelo que me resta es el de mi gusto por el nombre de miércoles. Aviento el sobre de té de coca a la taza con agua hirviendo. Que se pudran los martes, que se liberen los efectos de las hojas de la coca; la química de mi organismo sigue organizándose para mantenerme en esto que llamamos el milagro de la vida.

Siete meses de auto-exilio, los necesitaba, no lo niego, pero creo que ya fue suficiente. Aunque si me aseguran un proyecto donde la civilización haya triunfado, bueno, le sigo. Sino voy a tirar las cartas del tarot laboral para regresarme a mi ciudad. Aunque allá también tengo cosas de la cuales quejarme, siempre hay una bomba oculta que explota en pro de nuestra necesidad de neurosis. El objetivo es no estar satisfecho, no tener ambición y quejarse de la falta de la misma, mirar el verdor permanente en el pasto del vecino. Pero por lo menos allá en México va a estar My Booldy Valentine, no que acá hacen fiesta porque el Tri regresa.


Tomado de la oferta, la demanda y la mano invisible.

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