6.8.08

Una ruina que recibe 3 mil gentes al día y he aquí mi historia

Las cosas no se hacen así, todos lo sabemos. Se debe de pedir permiso en el trabajo para preparar un viaje, tomando en cuenta que el lunes está planeado para regresar y no se va a poder presentar al labor sino hasta el martes. De antemano se sabe que el jefe no accederá, sólo quedan 3 semanas para terminar el proyecto y abandonar el Perú, la posibilidad de ir a Machu Pichu se convierte más en una imposibilidad, no puedo quedarme en paz sabiendo que viví 7 meses acá sin ir al icono arqueológico de Sudamérica. Me armé de decisión y hablé a la agencia de viajes. Arreglé todo para salir el sábado de Lima por avión a Cusco, un saltito de una hora y media, partiendo a las 7am, perfecto, tengo todo el sábado para ver Cusco, el domingo partir a las 6am a la joya arqueológica en tren y regresar a las 8pm, y el lunes a la 1pm vuelo de regreso a Lima; bueno, por lo menos algo es algo. Viaje express, pero mis pies se habrán equilibrado sobre las alturas de Machu Pichu, como dijera el poeta Neruda.

Con los nervios de la huida laboral, las prisas y los aires fríos del jueves, el viernes amanecí con fiebre, de esas que te ponen a temblar. Así que no fui a trabajar, más bien no era buena idea levantarse de la cama en mi estado. El jueves nos invitó a cenar Lulú, la española que anda por acá haciendo voluntariado, y el pollo que compró en el mercado de seguro venía con bichos porque al día siguiente, como les cuento, no podía ni con mi fiebre ni con mi diarrea. De esta forma empiezo el viaje, tirando en la cama pensando en hablar a la agencia a cancelar todo, así que hablo y me dicen que hay cargos no reembolsables por el boleto de avión y la reservación del hotel en Cusco, vaya o no vaya tengo que pagar. En medio de mi delirio les digo que está bien, que sí iré. Todavía tengo que tomar el camión a Lima en la noche, sin fuerzas me levanto a hacer la maleta. Tomo el celular para llamar a una taxi y mi saldo se ha agotado, así que tengo que caminar hasta la entrada del fraccionamiento, cargando maleta, menos fuerzas en mí, para agarrar el taxi. Llego a Lima en la noche, me voy a la farmacia directamente y le imploro a las señoritas de batas blancas y gafetes con Mercurio alado que me exorcicen. Nunca tomo medicinas, ni aspirinas, pero problemas desesperados requieren acciones desesperadas. Me dieron unas pastillas grandotas naranjas, otras grandotas blancas y unas pequeñas rosas; y muchas explicaciones de cómo y cuándo tomarlas. Obvio cuando las tenía que tomar sólo recordaba que las rosas no las debía de tomar sin alimentos en la panza. Le pregunté dos veces a la señorita que qué pedo con la diarrea y me dijo que para eso nada, que lo importante era el virus y la fiebre, en ese momento mi cerebro no pensaba así que compré todo lo que me dio. Pero luego pensé que cómo van a digerirse los medicamentos si mi panza está a cien mil revoluciones por segundo. Maldita medicina, malditos gérmenes patógenos.

De regreso de la farmacia pasé por el supermercado por algo de comer, por aquello de las pastillas rosas. No tenía ganas de comer nada en especial. Compré un sushi, un pastel de elote, unos plátanos, manzanas y un jugo de naranja. Llegué el hotel, me tomé la pastilla naranja, le di un trago al juego de naranja, destapé el sushi y sólo de olerlo me fui corriendo al baño a vomitar. Así que opté por un plátano y el pastel de elote. Los alimentos entraron y se quedaron en mi ser. Entonces fui al lavabo a ver si estaba la pastillota naranja por ahí regada entre el jugo devuelto. No sabía si tomar otra de nuevo, me hice más bolas con eso de las medicinas, agarré una de las blancas y una rosa, me las tragué y me fui a dormir.

El sábado me levanté empapado de sudor, producto del exorcismo alopático, pensé. Me fui al aeropuerto, le di unas mordidas más al pastel de elote y parecía que mi intestino se comportaría. Llego a Cusco, me encanta que haya gente esperándome en los aeropuertos con mi nombre escrito en un papel. Sólo que ésta vez pusieron Álvaro Rodríguez y el taxista decía que si yo era Ramírez entonces yo no era al que esperaba, total que le dije que de su agencia lo habían mandado a recoger a sólo una persona y que casualemente a mi me mandaron con esa agencia, que era un error; con desconfianza y todo me llevó al hotel. Llegué a Inka Inn, me esperaba mi mate de coca, por aquello de los 3,400 metros sobre el nivel del la mar y me recomendaron descansar, ya que el cuerpo tiene que acostumbrarse a esa altura. Me dormí un rato en la habitación y luego me fui a recorrer el pueblo, el cual está bien bonito, con todo su cotorreo colonial. Me compré el típico gorrito inca con llamas dibujadas.

Regresé en la tarde a descansar al hotel, pues resultó ser cierto eso de que la altura lo medio descompone a uno. Navegué el Internet para ver qué podría hacer en la noche, pero mi energía no dio más que para ir a cenar a un elegante restaurant, solo. Sigo en esto de viajar solo y aunque los demás comensales me miren de reojo, me vale, Hemingway sigue siendo mi aliado. De vuelta en mi cuarto, con la digestión estabilizándose y pastillas naranjas, blancas y rosas deglutidas me dispuse a dormir, puesto que el sueño es la mejor medicina. Y nada, mi ventana daba a la calle y en la esquina un tránsito se la pasó toda la madrugada dirigiendo al tráfico con su silbato, luego unos borrachos se pusieron a discutir de 1am a 4am frente a mi ventana y aunque salí dos veces a callarlos a ellos les dio igual. Eran 3 hijos de puta y dos babosas, les chiflé, les grité, les hice señas de silencio y ellos seguían alegando no sé qué cosas. Total que no dormí, lo bueno es que a mi cuarto llegaba una señal inalámbrica de Internet y pues ahí me puse a pendejear de lo lindo. Yo creo por la emoción de partir a Machu Pichu me levanté no tan cansado ni de malas. Bajé a desayunar, con mi gorrito inca puesto, pasaron por mi para llevarme a la estación del tren. Todo el camino de ida me fui jetón, unas 4 horas, pude recuperar algo de energía, sin embargo mi puerquecito llegó medio entumido. Bajando del tren nos estaban esperando los de la bandera roja, según las indicaciones recibidas y de ahí nos treparon a un camión para subirnos a la ruina.

Llegamos por fin. Yo me bajé corriendo del camión al baño, y estando ahí sentadito pensaba en todos los malabares que ando haciendo con tal de cultivar estos ojitos, y bueno, obvio me acordé de mi amiga Dalia, con la cual estuve chateando una noche antes y le contaba de mis desperfectos gastrointestinales y nos daba risa decir pendejadas como: “me cago en tus ruinas”. Al estar obrando en ese baño me tragué otras pastillas, de las rosas no, porque no había comido, ya sin seguir el régimen de horario mandado por las señoritas de la farmacia, cuánto descontrol farmacéutico en mis tripas.

Empezamos la subida, con el guía Pedro a la cabeza. Y yo con cero alimentos en la panza. Pensé que tal vez me desmayaría y no sabía si sacar un plátano que traía en la mochila o no. Decidí mejor esperarme a que las tripas pidieran bolo. Total que Machu Pichu fue descubierta en 1917 por un gringo que andaba buscando el Dorado. Fue una ciudad para uso exclusivo de la realeza inca, divida en dos hemisferios, por un lado su terrazas para la agricultura y por otro las casas y templos. Tenía hotel y un sistema de riego muy bien diseñado. Su cupo era para 700 personas. Lo que más llama la atención en su ubicación tan bizarra, es una fortaleza enclavada en una pequeña meseta en las alturas de los cerros. Nada pendejos los incas. El guía nos explicó que el término inca se usaba antiguamente sólo para los nobles, que el nombre correcto para llamar a esta cultura es quechua. Luego las pachamameces de siempre, que si la piedra sagrada, que por cierto no se podía tocar pero sí acercar la mano para llenarse de su energía cósmica y sabe qué tanto, ahí tienen a todas las doñas haciendo genuflexiones y santiguaciones varias. Yo me la pasé pidiéndole a los peruanos compañeros de excursión que apagaran sus cigarros pues está prohibido fumar ahí, y ellos como si estuvieran en el bar de la vuelta, pinche gente. Dicen que pronto ya no van a dejar a la gente andar caminando por ahí como cabras en el cerro, lo cual me parece sensato, que pongan un teleférico y conserven el pasado lo más intacto que se pueda, lo mismo deberíamos hacer cada cual con lo propio.

Terminamos el tour y yo, después de un plátano y una manzana ya me andaba por ir al baño, así que patitas para qué las quiero. Fui a desahogar mis penas de nuevo, tomé mi camioncito para bajar al pueblo a comer antes de tomar el tren de regreso. Entré en un restaurante cualquiera, al cabo que ahí hay uno detrás de otro por la única calle. Ahí estaba viendo qué sopita pedir cuando ponen Tracy Chapman como música ambiental. Pues que vivan los ochenta, que al cabo que yo me sé todas las canciones de esa mujer, mientras me traían mi sopita de verduras con pollo me puse a cantar eso de: “…your arms felt nice around my shoulders and I had a feeling that I belong, a feeling I could be someone, be someone, be someone…” cuando llega una mesera y me dice: “¡hay!, me podrías traducir esa canción por favor”. Terminé mi sopa y le traduje fast car, the promise y ese himno de sorry, it’s all that you can’t say, years goes by and still, words don’t come easyly… Me fui a la estación del tren y estuve jugando con un perro callejero que andaba por ahí con ánimos de luchitas.

Nos subimos al tren, arrancamos, la noche empezaba. 1 kilómetro después de haber partido el tren se detiene después de haber dado un extraño reparo y emitir un crujido potente. ¡Vergas!, esto no suena bien. Dicho y hecho, la locomotora se jodió, así que nos tuvieron ahí cerca de 2 horas, por lo cual empezaron a evolucionar pequeñas microsociedades entre compañeros de asiento. A mi me tocó conocer a Gwen, un gringa de 22 años paralítica por un accidente que tuvo a los 16 años precisamente con un tren que la atropelló, ya se imaginan lo nerviosa que estaba la güerita. Luca, un apuesto italiano de 31 años originario de Torino que trabaja para un banco. Gordon, un don canadiense, Andrés y Katya de Hamburgo, ella guapísima. Y a una doña del sur de Francia que nunca supe su nombre y con la cual articulé las 6 cosas que sé decir en francés. A la señora francesa no le importó que le dijera que no entiendo mucho francés, ella me hablaba y hablaba, y ahí de lo que le entendía le medio respondía cosas. Con los demás, pues en inglés y sin problemas. Es curioso darse cuenta de cosas como ser el que más ha viajado de ese grupo de personas que estábamos en esa microsociedad; lo reflexiono ahora y sí, de hecho he andado por vario lado, sin deberla ni temerla, y todavía soy lo suficientemente inocente para pensar que no he viajado tanto.

Llegamos a las 11pm a Cusco, exhaustos. Mis intestinos ya no existen en este punto. Cargo en mis brazos a Gwen hasta su silla de ruedas. Nice to meet you everybody y a chingar a mi madre.

¿Fotos? Bueno, compré una Kodak desechable que ya tendré tiempo de terminarme el rollo y mandarlo imprimir. Como en los noventas las tendré que escanear para rendir tributo al feistbuc.


Tomado del ombligo del mundo.

2 comentarios:

Amanda García dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Amanda García dijo...

lo has logrado! la consciencia antropológica descansa sobre tus hombros con pastillas naranjas y rosas

pero lo más padre es el gorrito inca

ja


ya lo necesito ya