30.3.09

Cuaresma & carne

All you people are vampires.
Arctic monkeys.

Rodrigo se levantó esa mañana extrañado al encontrarse con una sensación de frescura que no correspondía con la situación. Se espabila y observa entre lagañas todas las negativas que ha recibido en los últimos días, unas tras otra; le interesa comprender por qué no las esquiva y cómo las filtra. Un peso ajeno se le va acomodando en medio de su ser, es estorboso, convenenciero y maleducado. No va a maldecir, lo ha prometido. Tiene que dejar, o por lo menos controlar a la diversión garantizada. Ahora que la garantía se ha roto, poco a poco va dejando de resultarle divertido el conjunto de eventos que atraviesa por decisión propia, casi propia.

–Ánimo. –Se dice a sí mismo comprendiendo que de nada sirven esos pensamientos mediocres.

La balanza ha aplicado su principio y en medio del desierto capturó con la mirada una parvada de aves negras que iban volando en formación hacia sus resguardos nocturnos. El cielo expulsaba colores naranjas sobre el filo del horizonte. Fue feliz por estar ahí y trató de estirar esa felicidad hacia el siguiente día con resultados deplorables.

–Pero tú tienes novio. –Preguntaba tratando de entender. –¿Y tú qué? –Fue la misma respuesta con tono de reproche que le devolvían una y otra vez, como si lo obligaran a no tener novio ni amantes por decenas. Era como si Rodrigo no entendiese que tenía que mantenerse al margen. En su mundo todos hacen lo correcto menos él. Entonces Rodrigo va a prender los motores y no le dirá nada a nadie, tiene miedo de los resultados pero la experiencia le dice que pase lo que pase será lo mejor, por que de hecho no hay opciones, esto no es un buffet. Por lo menos ahora ya no se fija en la postura de que nadie lo entiende, eso dejó de importarle hace mucho, la verdad es que ni él mismo se entiende. Sólo busca una isla de tranquilidad, posiblemente también un poco de compañía. Rodrigo busca que ese tipo deje de buscarlo entre la gente con la mirada, que haya una distancia sana y bienintencionada; porque para que Rodrigo se incomode se necesitan más que miradas y competencia de cumbias en la pista de baile.

–Voy a tapar esta vulnerabilidad de alguna forma, aunque lo que quede tapado por dentro se pudra. Ese ya no será mi problema. –Lo piensa con decisión, sin meditar en las consecuencias. Está harto, abiertamente harto. La ciudad se hace pequeña a su alrededor, es momento de buscar otros círculos. –Hay más, siempre hay más. –Y con ese sólo pensamiento Rodrigo por fin alcanza una calma intranquila. Su cuerpo huele a otros cuerpos y hay un asco adorable en ese aroma revuelto. –Esta bien, que las hormigas sigan su formación al nido, como borregos, allá ellas. Estúpidas. –Maldijo, y como siempre termina haciendo lo que prometió no hacer.


Tomado del silencio y la falta.

26.3.09

Hasta el día



I made a river from my front door to yours
I built myself a raft with my living room doors
But when I set sail to find you
I never reached your shore

I gave you my new sweater, so you would be warm
To protect you from the winds of the mighty winter storm
And though I was nearly freezing
I didn't really mind

And even though she'll never need me
I will save my love for her
Til the day when she discovers that my love won't fade away
Til the day

I gave you flowers, so everyone would see
That the light behind your eyes, is the light that shines on me
But you never gave them water
So they withered to the ground

I am so tired, I don't know what to do
Should I curse the dreaded day in which I fell in love with you?
No, I think its worth the loneliness
Just to see your face

And even though she'll never need me
I will save my love for her
Til the day when she discovers that my love won't fade away
Til the day


Tomado de This is Ivy league.

Así no

Have you see me crying tears like diamonds?
Passion pit.

¡A ver!, no, de esta forma no por favor. Abogo en la medida de mis posibilidades en intercambiar las lágrimas por lo que sea pero que no incomode. No se puede estar más pendejo y que alguien venga y me diga lo contrario, pago de inmediato. Blanco, varonil; las dos con b y v. Tengo algún derecho en ser, así, perdón por existir. Ni si quiera soy yo, tengo el salvoconducto a mano, fue el mezcal. Antes, cuando la vida se preocupaba por mí, había señales que me advertían cómo proceder pero no alcanzo a ser tan inteligente hoy por hoy. Ahora pura bajada y sin frenos. Toda la mierda confundida sin saber a dónde ir y yo con la mejor sonrisa expuesta diciéndole: "¡Hey!, aquí, sí, sí, aquí." 

Me la trago. Sabe horrible. Y en medio de todo estoy ejerciendo un control del cual ya quisiera verlos en mi situación y con tan ejemplar dominio del procedimiento del no voy a romper en llanto, son sólo fluidos, todos los conocen, allá también hay objetos y si los voltearan a ver estaríamos más cómodos. Todos. El aniquilamiento disfrazado de reencuentro. La puerta azotada. El mensaje hiriente. Un calvario existiendo en todos los trescientos sesenta grados de mi alrededor y no hay rastros de verdadera sangre. ¡Qué farza! ¿Quién me devuelve mi dinero?



Tomado de un plato de segunda mesa sucio y sin comida.


[Las segundas partes y su continua reflexión en el qué pasó]

Give me a little bit serious love.
Antony and the Johnsons.

Ni idea de dónde pero voy a conseguir el poder que se necesita para hacer que el tarot y/o la magía obren cielos claros en los demás amaneceres. Puede que se me acabe el poder, lo tengo previsto. De aquí hasta donde quisiera estar ni es tan lejos, voy a soltar insectos a que me guíen, igual ellos saben llegar más rápido.


No hay todo esto: humildad, paciencia, sobriedad, entendimiento, comunicación, culpa, culpables, tanto amor, poco tiempo, mucho sinsentido, la realidad ahí plantada, una tela flotando en el aire, transacciones, irreverencia, comprensión que brote de las dos partes, cooperación mutua, apoyo. Es más, ni si quiera hay amistad, un beso tierno, algo que valga la pena destacar, ahondar más, perforaciones en lugares equivocados.

El error mismo, demostrado. Nunca puedo llorar, no tengo pasaporte vigente para ir a ese lugar. No me dan permiso, no se acepta, no es correcto porque es polítcamente incorrecto y te jodes mijito. La ley jugando a que se cumple, a que se paga el precio, y sí, no hay que adornarlo tanto, el desprecio también se refrenda. La vigencia del amor. Necesito explicaciones y nunca van a llegar, llegan otras cosas, fuertes, imprevistas es la idea.


Tomado también de: "un, dos, tres por mí y por todos mis amigos".

24.3.09

Arranco

If I could do just one near perfect thing, I'd be happy.
Belle & Sebastian.

Las aportaciones al hígado le van llegando entre burbujas y perlas negras flotando invertidas en vodka, más el abundante güisqui y un cierre de cerveza refrescante. Un paso para adelante que parece amplio. La pista de baile cerca del amanecer y el baile hacia adentro, haciendo centro entre tambaleo y bamboleo. Los jugos gástricos enfrascados en disolverle el menudo. La química de la digestión atareada, mezclando al alcohol adentro de su flujo sanguíneo y el mar como si nada, soltando olas y mojando cangrejos tiernos. Rodrigo pensó, –hay que perder el coche para tratar de encontrarlo, ¿qué importa si de paso no podemos encontrarnos ni a nosotros mismos? Hay una fórmula en esto, la tengo aquí en pleno proceso de disección entre los alfileres que sostienen su piel mientras la estiran y abren más el tajo por donde saco a los órganos y dreno la sangre entre mis dedos . –Seguía a sus pensamientos un poco rezagado, apenado por su retrazo y de algún lado brotaba la cuerda para seguir con más. –Funciono cada vez menos, pero con mayor torpeza; hay mérito en eso, faltaba más. –Pensaba con una furia tímida. –Brillo. Sí, de mí sale una luz recta y no es como en la Biblia, no hay mucho para aleccionar a la humanidad en la historia difusa que le sucede a personas que acampan y llevan cierta música por dentro que los mantiene desprotegidos; es por eso que la gente cuando les habla se quedan con un grado de mudez altivo encaminado a terminar por intrigarlos, diría que de más. –Hasta ahí podía seguir manteniéndose en pie y comandando ideas, Rodrigo no parecía en realidad tan ebrio. Una noche de cohetes comparada con otra noche de globos aerostáticos en fila subiendo entre las estrellas, otra noche con otro tipo de explosiones y encima otra noche con un reloj de arena dejando pasar a los granos más rápido por el embudo; todas las noches seguidas casi en hilera de días gloriosos, y también gozosos. No quedan segundos atrapados en el pensamiento para recorrer ese ruedo de sangre cuando hay tantas palmeras haciendo sonidos por autoría del aire que mueve sus palmas; como las sinfonías primeras de los franceses en dúo electrónico perfecto. Way up in the air.

En un acto reflejo Rodrigo dio un brinco en el momento exacto en que pensó, –si Ricky Martin llegó a la verdad, es correcto vivir la vida loca. –No le daba risa pensar así, de alguna forma él se tomaba muy en serio sus pensamientos, sabía que en realidad ellos eran su verdadera compañía y que de ellos la felicidad o la tristeza podrían gotear o mandar ejércitos enfurecidos a zarandearlo en una calma espantosa como tortura bien pensada a su vida, esa vida abandonada a su suerte. Entonces cuando sus ideas empezaban a atropellarse gracias al propio ego que cada una de ellas también posee, Rodrigo tenia dominada la técnica de girar sin moverse, soltar un poco más de personalidad en un porte rebelde y socialmente aceptado, con gracia natural, casi espontáneamente; era algo intangible marinado en algún circo calibrado en el buen gusto. La forma de proceder está asegurada y hasta respaldada por el contenido. Rodrigo podía seguir brillando hasta bien entrada la madrugada, a pocos pasos de la alberca, ensimismado en un mundo creado a su medida por él mismo. Pedante sin saberlo. Iban dejando de ser necesarios los sarcasmos y ya todo se resolvía con diminutos berrinches que en realidad eran tan innecesarios como inútiles. Había que mantener un orden, una continuidad en lo que ahora le tocaba experimentar para conectar sus últimos, digamos, 9 años de vida.

El año 2000 con tres ceros y un dos como el equipo que promueve un nuevo milenio, era como tener un vida sin rasguños lista para ser liberada de su plástico protector y esperar a que durara mucho tiempo intacta, pero Rodrigo pronto la agarró y se juró experimentar a fondo con la bondad enrollada en telas de dudosos estampados tejidas con enredos y ansia. Nunca fue fácil tomar decisiones, incluso antes de que arrancara el nuevo milenio. Cerró los ojos dejando brotar una esperanza auténtica, como todo lo auténtico que fue coleccionando con la paciencia de los contadores que no precisan de una vida en sociedad. Ya no son 3 ni 5 los años de mutaciones imperceptibles, ahora Rodrigo carga con la inestabilidad de un planeta azul flotando entero para él, atado a los hemisferios de su engreído cerebro. Se esfuerza sin dolor, sus canas en la barba tienen algo que decir pero astutamente Rodrigo calla, aprieta la boca firme y sus ojos se van sobre las cosas en un primer instante con delicadeza, para después fijarse hasta romper amorosamente el núcleo interno de la cosa observada. Rodrigo no sabe tocar sin hacer daño, él mismo se ha llenado de heridas con su propia mirada en los espejos, heridas que sana con descargas binarias. Sabe que llegó el momento de levantar un castillo de adobe para ir a vomitar sus tesoros internos y resguardarlos en una codicia triangular estable. Si hay curiosos merodeando tendrán que pagar el ingreso para entrar a ver las despostilladas joyas regadas en el salón principal del castillo, Rodrigo no ha decidido si les advertirá sobre los perros mudos que los esperan agazapados en los pasillos que llevan a los aposentos. –Hay que defender a la libertad, al libre albedrío, a la justicia ciega, al poder de decisión, a la curiosidad y a los bastones. Contra la soledad estéril, contra la pérdida total de las buenas intenciones, contra la vigilia en plena guerra. –Se exalta a sí mismo y luego se va tranquilizando con un sueño prefabricado de relaciones perfectas, de abismos cerrados en diálogos fuera del mensajero electrónico. No quiere ceder, Rodrigo ni si quiera puede ceder. No sabe. No conoce nada más allá de su terquedad obstinada.

Se concentra con una fuerza que parece extraterrestre y medita en absoluta discreción, –no hay lágrimas, ya no hay lazos rotos, no hay eventos familiares insoportables. Todo se esta invertido como nebulosas que emergen de la eternidad y las cosas suceden de otra forma, de una forma casi nueva, casi disfrutable, casi como entrometiéndose en mi vida con una sonrisa opaca como tarjeta de presentación irrevocable. –Tengo que estar atento, no puedo sentarme y sólo soportar al calor. La gran esperanza es el cambio, alguien me lo dijo o le leí en algún lado; de cualquier forma tengo que encontrar la clave para demostrarlo. –La respiración le subía agitada, sí, había vuelto a abrir las llaves del entusiasmo moderado. –I’m gonna be good. I’m gonna be fine. I’m gonna be loved. I’m gonna be happy. –Cerró las entradas, apretó los párpados, tomó todo el aire que pudo y Rodrigo, en medio de una sencillez absoluta, empezó a sentir una felicidad muy débil.


Tomado del nacimiento de Rodrigo; de ti y de mí y de todos los que conocemos.

Finísimosh



Sólo para que te quede claro, estaba dispuesto a negarme todo el tiempo. Pero como sé que estas pensando en mí ahora, puedo persuadirte que lo hagas. Entonces quiero que me llames enamorado, tierno, suave; también puedes decirme cariño, ángel. Mejor llamame deseo, papito, chongo, caballo, hipódrifo y delirante. Llamame loco, fresco, tímido, discreto, atento y caballero. Llamame primero. ¿Por qué no probás con anunciarte? Llamame a gritos con calentura, diciéndome sexy en egipcio. Llamame amigo, común, elegido, regalo. Llamame para inventar caprichos. Llamame con nombres falsos. Llamame Ricardo, Segismundo y petardo. Llamame para mostrarme cosas prohibidas. Llamame grosero, puerco. Llamame señor. Llamame como suzurrando al extractor secreto de tu alma. Llamame dibujando con el hilo de baba la culpa. Llamame para mostrarme cosas prohibidas. Llamame cobarde, pirata, atorrante y bucanero. Llamame gentuza. Llamame campeón, maricón y misógino. Llamame su majestad y rendidme plestesía, de la buena, la que da alegría. Despacio. Suavecito. Más despacio... Llamame dios, juez, autoridad y esclavista. Llamame diciendo sinsentidos. Llamame miserable, patán, embustero. Llamame dictador, formidable, fulano e impostor. Y si creés pertinente, llamame macho, llamame peleador.


Tomado de lo bueno que se hace en México con los del sur.

3.3.09

Lispector, Clarice

This is where I tell you I know love's what I need to work at.
Passion pit.

Se fue a la pensión; tenía un recuerdo oscuro, sucio y vago de la pensión, arrimada contra la pared, huyendo, corriendo con el corazón pálido de alivio a refugiarse en la memoria del apartamento donde por fin se instaló. Era un edificio nuevo, una estrecha caja de cemento húmedo, estrecha y alta, con ventanas cuadradas. Sí, había sido un periodo muy triste y sin palabras, sin amigos, sin nadie con quien intercambiar ideas comunes rápidas y amables. La impresión de que estaba sola en el mundo era tan seria que temía sobrepasar sus propios conocimientos, precipitarse en-qué. Sería fácil, sin nadie al lado, y sin un modelo de vida y de pensamiento por el que guiarse. Descubrió que no tenía sentido común, que no estaba armada de ningún pasado y de ningún acontecimiento que le sirviese de inicio, ella que nunca había sido práctica y que siempre había vivido improvisando sin ninguna finalidad. Nada de lo que lo que le había pasado hasta entonces ni ningún pensamiento anterior la comprometían para el futuro, su libertad crecía a cada instante, pensativa, aire frío invadiendo y barriendo un cuarto vacío. Su vida estaba hecha de ponerse un día un vestido al revés y decir con sorpresa curiosa como ante una noticia: vaya, hace tanto tiempo que no me pasaba, vaya. Quería ocuparse de pequeñas cosas que llenasen sus días, las buscaba, pero había perdido el encanto ágil de la infancia, había roto con su propio secreto. Cada vez, sin embargo, era más minuciosa. Antes de apagar un cigarro pensaba si debía. Después sentía incluso necesidad de contar eso a alguien de algún modo y no sabía como. Entonces le parecía que se tragaba el pequeño acto pero que nunca se disolvía perfectamente en su interior. Ella se trabajaba el día a día soportándolo profundamente. Una tarde, como le empezó a faltar dinero, se llevó un trozo de queso de una tienda sin pagar, sin robar; el cajero no se dio cuenta, ella colocó la presa como descuidadamente dentro del bolso rojo, salió despacio, sola en el mundo, el corazón latiéndole hueco y limpio en el pecho, una contradicción dolorosa en la cabeza, casi un pensamiento. Llegó a casa, se sentó y permaneció inmóvil durante algún tiempo. No tenía hambre. Y el poco dinero bastaría para comprar algunas cosas hasta que llegara el envío de su padre. Entonces ¿por qué había robado? Desenvolvió el pedazo de queso, empezó a morderlo lentamente. El queso era blanco, agujerado y seco, de aquellos que sólo servían para rallar y esparcir sobre los macarrones... Empezó a llorar, los labios fríos, sin inocencia. Fue a la cómoda, se miró en el espejo, vio su rostro enrojecido, ansioso y triste. Entonces volvió a llorar sin pensar en el queso, sintiéndose profundamente silenciosa, sin conseguir sacar de sí misma ni un solo pensamiento. Sentada, miraba la tetera. Su pequeña tetera en el alféizar de la ventana, brillando contra las venecianas polvorientas y opacas; en toda la salita el aire sofocante contenía el fulgor, como sucede cuando fuera hace sol y alguien se encierra en la sombra. Una silla oscura se reflejaba en la tetera, convexa, perforada, inmóvil. Virginia seguía mirándola. La tetera, la tetera. Allí estaba, brillando ciega. Queriendo salir de la muda estupefacción en que se hallaba, una de aquellas profundas meditaciones en las que a veces caía, se empujó brutalmente: di, di algo. La parecía que debía de ponerse ahora ante la tetera y resolverla. Se forzaba a mirarla profundamente pero o dejaba de mirarla como aturdida o sólo conseguía ver una tetera, una tetera ciega brillando. A través de las numerosas paredes cerradas, un reloj preso en un apartamento tocó en la salita agitando en el aire un cierto polvo. Sí, sí, pensaba en un súbito remolino de alegría, alivio y esperanza angustiada mientras balanceaba por un momento la pierna cruzada y seguía quieta. Le gustaría tratar con las personas del edificio pero sola era incapaz de acercarse a los desconocidos, y mientras tanto su aspecto se parecía cada vez más al de una solterona: un aire de buena conducta, de rechazo sereno y digno. Pero a veces se perdía y hablaba mucho, los ojos abiertos, la boca llena de saliva, sorprendida, embriagada, acongojada y con una cierta vanidad de sí misma que ya sentía ardiente de humillación. Escribía largas cartas a Daniel, a veces de un tirón rápido y sombrío. Las releía con agrado antes de mandarlas y le parecía que eran realmente inspiradas porque, aunque contasen la realidad, ella no lo había percibido en los momentos en los que la soportaba. Dudaban de que fueran sinceras porque lo que sentía nunca era tan armonioso como lo que contaba, sino sincopado y casi falso. No, no era infelicidad lo que sentía, la infelicidad era algo húmedo de lo que uno podría alimentarse días y días y encontrarle placer, la infelicidad eran las cartas. Pasó a sentir un placer vil y voluptuoso en escribirlas y como las enviaba inmediatamente después de haberlas escrito e intentaba recordarlas en vano, se le ocurrió copiarlas, así llenaba los días. Las releía y lloraba como si llorase alguien que no era ella misma. Qué insoportable era esa nueva sensación que la arrebataba ansiosa, mezquina, deleitada. Entre las cartas lo que sentía era sofocante y polvoriento, irrespirable, una ráfaga de arena y ruidos estridentes. ¿Pero era sincera cuando escribía a Daniel? No mentir, no mentir –inventaba-, aceptar las cosas como era, seca, pura, audaz; ella lo intentaba; durante algún tiempo perdía la necesidad de ser amable aunque en realidad no tuviera con quien serlo. Y cuando llegaba esa pureza árida no sabía que buscaba con seriedad las verdaderas cosas sin encontrar nada. Lo que la despertaba profundamente era en la mayoría de los casos la inutilidad de su lucidez; ¿qué hacer con el hecho de oír en el jardín a un hombre referirse a su viaje y, mirando la alianza en el dedo, percibir la tranquila clarividencia –que podía ser un error- que el debía de haber frecuentado una casa de mujeres y que continuaba tratando de negocios y de su mujer? ¿Qué hacer con eso? Ella no veía lo que necesitaba sino lo que veía. No quería obligarse a ir a pasear, al cine, pero sin obligaciones su día era vertiginosamente aspirado hacia aquel pasado desconocido y, plácida, ella se mantenía en un infeliz vacío de actos. ¿Y acaso no fue obligándose como salió una vez y se encontró con Vicente, reanudando la vaga relación tal vez para siempre? Entonces ya era fácil amar. Amar era incluso viejo, la idea se había agotado al principio de su vida en la ciudad; ella ya se sentía experimentada y tranquila por la larga meditación de la espera. Recordaba la primera noche. El cuerpo de Vicente apoyado sobre su hombro pesaba como tierra; para él nunca había sido trágico vivir. Antes ella había intentado jugar, le había pedido prestadas las gafas; en medio de todo, pensó entonces sin mirarlo, en medio de todo tiene miedo de que rompa sus gafas. Y eso le había dado una cierta resignación para el resto. ¿Con quién podría relacionarse? Con quién sino con el portero.

Tomado de “La lámpara” de C. L. y de las siguientes reflexiones: ¿Por qué voy a levantar los ánimos hasta llevarlos allá arriba donde me son incontrolables? No es necesario seguir los protocolos a menos que se trate de un sismo independiente y poderoso abriéndose paso a través de la falla de nuevo. Paso uno, tranquilidad. Paso dos, colóquese debajo de un marco que lo proteja. Paso tres, cierre los ojos y déjese llevar; es sólo la tierra temblando. Admiro tanto a Clarice Lispector, me ha enseñado que para escribir hay que saber llenar de palabras con una elegancia casi trabada algo que se podría decir en sólo dos o tres. Todo consiste en cómo llenar el espacio de la hoja, ir escarbando entre las letras y los antónimos en un ensimismamiento fino como para que se revele lo ordinario demasiado pronto al lector. Su prosa son móviles que cuelgan encerrando un movimiento real, confuso, tortuoso, placentero; un movimiento que se cuestiona a sí mismo.