16.4.09

+ c. l.

Feel good lost.
Broken social scene.

Rememoró la tarde con Vicente; la felicidad era tan violenta que la estremecía del todo; aquellos instantes horribles la habían dejando fuera de sí, diferente, curiosa y conmovida en su interior; así pues se podía morir de felicidad, ella se había sentido tan abandonada; un minuto más de alegría y habría sido lanzada hacia fuera de su mundo por deseos audaces, llena de una esperanza insoportable. No, ella no deseaba la felicidad, ella era débil ante sí misma, débil, embriagada, cansada; descubrió rápidamente que la exaltación la fatigaba, que prefería estar escondida en sí misma sin temblar nunca, sin subir nunca, por primera vez se dio cuenta que ella parecía realmente inferior a algunos conocidos, eso le trajo a la boca una sensación de malestar y de busca, una cierta ansia sin dolor como si se hubiese separado imperceptiblemente de su propio contorno; en un vago suicidio suspiró lentamente, cambió la posición de las piernas, se recogió apagándose; su recorrido era como el de algo que se moviese en todas las direcciones; su pecho se comprimía informe, poco a poco la respiración de Vicente le daba un ritmo y ella se deslizó hacia un cansancio tranquilo. En el silencio del primer sueño se erguía un tono de indagación y con los ojos durmientes ella sentía dentro de sí un movimiento lechoso, vago, casi inquieto, como una respuesta absurda. Ella se dijo algo como ‘no’ y así replicaba a ‘algo’ que asintió y se quedó satisfecho de encogerse y ella no sólo sabía lo que era sino que admitía tranquilamente con algún anhelo que así fuese, tal era la única forma de experiencia que tenía, tal era su único vivir sin pecado. En la quietud del cuarto, la madera del suelo crujió. Las cosas empezaban a vivir solas. Ella durmió.

Abrió un momento los párpados pesados, la brisa más clara inició la madrugada, sonidos débiles y luminosos se esparcían lejos mientras el cuarto guardaba un silencio nocturno, tibio; cerró los párpados.

Entonces abrió los ojos con sobresalto, grandes nubes de claridad se acercaban, después de la noche de lluvia hacía un frío duro y excitado, el aire flotaba fresco, húmedo y lleno de ruidos... Todavía inconciente ella se asustaba, el día la asustaba, los ojos abiertos... Entonces cortó la idea con un gemido: ¡iniciar la despedida, la despedida!, ¡era hoy en la noche!, ¡el viaje! Miró hacia su lado: con una sorpresa casi ridícula y victoriosa, Vicente no estaba, las sábanas revueltas, la marca en la almohada... El camisón deslizándose del hombro, sentada en la cama, y aquella brisa alegre soplándole en el pelo; jadeaba. Vicente no estaba, se levantó rápidamente, atravesó el suelo seco y frío con los pies descalzos, el camisón ancho, deshechos los pliegues cuidadosamente inventados para agradar. Sobre la mesita sólo vio la nota de Vicente: Virginia: he tenido que salir pronto para entregar un trabajo, cariño, mañana hablaremos, hoy trabajo todo el día, no dejes de venir mañana, cariño, ¿has dormido bien? Tu Vicente, Vicente, Vicente. Se vistió de prisa con los ojos grandes y mudos, se detuvo para decir angustiada, profundamente sorprendida y con prisa: ¡arrh!, llena de dolor se peinó, salió por la puerta de atrás cerrándola y echando la llave por debajo. No esperó el ascensor, bajó las escaleras, de prisa, se vio en la calle. La luz del día le invadía los ojos, el olor matinal a mar, a gasolina, ella se encogía andando hacia delante, casi corriendo pero el cuerpo le molestaba, lleno de los días que ya había vivido –había mirado hacia el otro lado y Vicente se había ido mientras ella dormía–, casi corría con dificultad apretándose la boca con una de las manos. Tan, tan herida… el pecho dilatado, ardiente, vacío, el aire arañaba sus ojos y ella se apresuraba en la calle protegiéndose como si caminase contra el viento y la tempestad, la mirada dilatada; siguió pero se detuvo con la mano en el pecho, ¡el sombrero!, ¡el sombrero!, ¡ah, mi sombrero! La sensación del cuerpo como un caparazón, como un límite frágil y eléctrico que contenía sólo aire, aire desorbitado y tenso; herida, el cuerpo empujado hacia atrás, hacia una distancia pálida y sin medida; ¡así pues, volvería a la Granja! De repente aquella era la verdad, la única después de despertar y no encontrar a Vicente, engañada, ¡no encontrar a Vicente, haber dormido demasiado! ¡¿Y mi sombrero?!... Lo había perdido para siempre. Con el cuerpo otra vez pesado, casi llorando, tomó un taxi preguntándose si gastando así tendría suficiente dinero para el viaje, hundiéndose en la blandura del coche, hablando jadeante y oscura al taxista que sonreía amable con un rostro fino, recién afeitado, la piel liza y feliz, listo para empezar su día. Pisó el acelerador, un ruido cálido llenó el vehiculo, él apretó los labios con firmeza pensando qué bien se podría ganar la vida haciendo relinchar su coche en los preparativos de una carrera, ganando dinero, guardándolo bien en el bolsillo, abriendo la portezuela para que salga el pasajero, levantado otra vez la placa comprada en el Ayuntamiento: Libre. Sí. Libre. Libre. Libre. Cerró los labios frunciendo las cejas lleno de responsabilidad y de severidad mientras tocaba la bocina, miraba el semáforo y pensaba con cierta benevolencia, sintiendo el asiento del coche ya tibio y familiar, como la promesa de un día completo, de una buena parada para una buena comida, de muchas carreras, ¿por dónde? Simpática esta primera pasajera.


Tomado de ‘La lámpara’ de Clarice Lispector.

2 comentarios:

Abraham Lira dijo...

desechos los pliegues cuidadosamente inventados para agradar... la vida tiene esa facilidad para desbordarse de nuestros planes, para hacernos despertar fuera del escenario imaginado, para forzarnos a improvisar ante el espejo, ante la nueva brisa marina, ante el taxista lizo y feliz, el drama de un personaje sin sombrero. Chido.

álvaro dijo...

dejé 'la lámpara' en pausa hace unas semanas, cuando lo leía en la playa. ayer por fin lo cogí de nuevo para reiniciar su lectura y de golpe me encontré con lo que he transcrito aquí. me quedé helado.

así es capi, pasan tantas cosas, casi mágicas, a nuestro alrededor. cada vez entiendo menos las extrañas conexiones del destino. el drama de la vida misma ahí está, aunque hay quienes ni se enteran o simplemente lo critican como cómodos observadores desde la segura butaca de su mundo perfecto.

aca se prefiere perder el sombrero.