22.4.10

El futuro fue un fracaso

No voy a decir ‘te quiero’, ¿para qué?, así que puedes olvidarte de esas cursilerías conmigo. El código penal cambia al cruzar el umbral de esta casa, aquí son otros regimenes sucios y abarrotados de un despotismo no ilustrado los que mandan; además me encanta ser grosero, lo sabes bien. Me llena de rabia el hecho de que las personas no sepan usar las acepciones y si alguna culpa hemos de tirar entonces que sea culpa de los falsos valores que promueve la justicia social y señalemos a la ignorancia, tan inocente. El ‘te quiero’ ya no aplica pues en realidad ni tú ni yo creemos en eso. Y de cualquier forma nos queremos con los restos del sentimentalismo que sobrevive en nuestra aparente dureza.

El acto sexual lo vamos erradicando día tras día, lo empujamos al exilio, a vivir en los bastos campos llenos de ansias libidinosas que la gente ara con fervor y sin cansancio en busca de otro orgasmo, de uno que los regrese el placer de cuando descubrieron el sexo. Ellos no tienen llenadera, nosotros rebosantes de una falsa asexualidad nos volcamos a la correcta masturbación en solitario frente a la pornografía y frente a la memoria de actos de gozo sexual superlativo. Mi conducta en la calle es intachable, lo has visto.

Tengo un fondo lo bastante amplio en las cavidades de mis pensamientos que me empuja a desear matar personas ya realizadas, animales entrenados y minerales descompuestos. Y lo único que muere son mis ganas de matar. No te asustes, jamás usaría armas que dejen rastro y hagan brotar sangre; me inclino por venenos que matan por dentro -en paz- sin avisarle a la víctima que pronto ya no habrá vida sustentándola. El veneno del olvido, un olvido patentado que no guarda nada.

De cualquier forma -en el mejor de los casos- los mejores años para experimentar el sexo fueron en la adolescencia temprana, todos lo sabemos, cuando estábamos limpios de cualquier tocamiento o experiencia dermatológica y no sabíamos llorar. Tengo el recuerdo de cuando exploté eyaculando placer de orden divino, nadie inmiscuido en el proceso, sin cargos de conciencia, ni látex, ni sofocamientos para que el otro se quedara a mi lado. Una inocente soledad perfecta embrigada en ese descubrimiento corporal que nos hace entrar en lo que creemos será un mundo maravilloso, pero es sólo el mundo de los cochinos adultos. El resto de la historia es naturalmente conocida.