10.9.12

El canto de las sirenas


De nobis ipsis silemus.

El Tacet de 4’33’’ [de John Cage] puede entenderse de muy distintos modos. Evoca, desde luego, el De nobis ipsis silemus de Bacon de Verulamio, cita con la que se inaugura el texto filosófico fundacional de la modernidad, la Crítica de la razón pura de Kant. "De nobis ipsis silemus. De re autem, quae agitur…" (Callemos acerca de nosotros mismos, pues de lo que se trata es de la cosa). Del asunto, del objeto; no del sujeto.

En Kant hay una magnifica incoherencia, ya que esa cosa en sí, que solo como fenómeno puede determinarse en forma de objeto (como objeto trascendental), termina invocando y exigiendo la comparecencia de un sujeto en y desde el cual ese objeto se constituye.  Ese sujeto no es psicológico. No trasciende los límites de nuestro conocimiento del mundo. Tampoco es inmanente a este. Es transcendental. Luwidg Wittgenstein, de clara filiación kantiana, indicó que el sujeto metafísico es imposible. Y que de ser algo el sujeto sería “un límite del mundo”.

El sujeto psicológico, emotivo, afectivo, patético, debe hacer ofrenda de sí, o debe auto-inmolarse, de manera que la cosa comparezca: De nobis ipsis silemus. De re autem, quae agitur…

Hay razones estéticas para ese sacrificio, pero hay también razones personales (emocionales, psicológicas). Se trata de neutralizar o sublimar el sufrimiento que se arrastra en tiempos de grandes turbulencias y mudanzas. Todo cambia: de ahí la apelación al Libro de los cambios, como texto oracular para consultas de importancia en la orientación de la vida; también en relación a las elecciones musicales del compositor y del intérprete.

En esa época de trastornos graves (separación matrimonial, nuevo rumbo de la orientación del deseo sexual) se van desgranando del modo más espontáneo piezas conmovedoras: Dream (Sueño) que treinta y cinco años después, de manera sorprendente, es evocada en una recreación, para piano o para órgano, del mismo espíritu que esa pieza titulada –de forma bien sintomática- Souvenir. El mejor Satie se encuentra en ambas piezas junto a un uso expresivo y solmene de los silencios. El mismo uso de los silencios que destaca en Music for Marcel Duchamp (1947), para un film sobre este artista.

Es sintomático que la crítica o bibliografía sobre John Cage repare apenas en el hecho, tremendamente revelador, de que 35 años después de la composición de Dreams, se le evoque y recreé en una pieza con título francés, Souvenir, a modo de homenaje tardío –una vez más a Erik Satie-. Obra perdida en el catálogo y en el corpus, que parece hallarse en estricta continuidad con la pieza compuesta en su juventud, o con otras de este periodo, como la evocadora miniatura titulada In a landscape (1948).

De nobis ipsis silemus: callemos respecto a la herida sangrante de un deseo que arde y desgarra. Dejemos en paz nuestro sujeto psicológico. Impongamos silencio en nosotros mismos para que pueda manifestarse, en plenitud panteísta, la sumergida Atlántida de un sonido emancipado, hermanado al ruido agreste y salvaje, y desprendido de impregnaciones icónicas, emocionales y expresivas. Un sonido que no esta ahí, en las afueras, para servir de instrumento a nuestra voluntad de autoexpresión, o de liberación de los demonios de un inconsciente colectivo poblado de arquetipos universales, según la doctrina de S. G. Jung.

De nobis ipsis silemus, pues se trata de que en virtud de esa ofrenda del ego, facilitada por el budismo zen, que sustituye a Cage (según propia confesión) al psicoanálisis, pueda comparecer la infinita variedad de las cosas, cada cual protectora de su propia virtualidad sonora. Todo cuanto nos rodea, todo lo que existe en este mundo, todas las cosas pueden ser fuertemente emisoras de sonido: paredes que pueden ser golpeadas, sillas que pueden arrastrase, mesas donde percutir, pianos cerrados que tientan nuestros nudillos, cristales, vasijas, cuencos, caracolas llenas de agua…

De nobis ipsis silemus: el tacet es, desde 4’33’’ el imperativo categórico que permite liberar ese universo sonoro. Es, de hecho, el rubicón. Antes de esa composición todavía insiste cierta hermosa versión cool de un enfriado simbolismo emotivo, emocional, expresivo, en el que hallan su esplendor esas obras tan sugerentes de los años 1947 a 1952. Luego sobreviene, con la ruptura epistemológico-musical, el gran cambio. Toda la música desde ese instante, se halla gobernada por ese imperativo baconiano y kantiano: De nobis ipsis silemus.

Algo tiene de inmolación y sacrificio esa prescripción, que también es prohibición. Si se hace ofrenda de sí, si se coloca en el ara del sacrificio al sujeto, el ego, el sí mismo, con todo su cortejo de emoción, afecto, apego, voluntad, propósito y designio, puede revelarse la cosa, aquello de lo que se debe tratar.

Esa cosa (asunto, materia, tema; eso que se lleva entre manos) es el sonido. El sonido de su radiante y dispersa variedad. Un sonido sin adherencias emotivas, sin falsos residuos de expresión icónica o simbólica. Ese tacet impone la prohibición de que el sujeto sienta, se emocione o se exprese a través del sonido. O que este sea instrumento o medio, siempre subsidiario y ancilar, en relación a la autoexpresión del mundo emocional del sujeto.

Pero así mismo ese tacet prescribe que se deje suelto y libre el mundo de la sonoridad, de manera que pueda singularizarse posibles eventos sonoros. O que estos, en su individualidad radical, se destaquen, ribeteados por silencios, de ese piélago infinito que compone el mundo del sonido. Como confiesa Cage, "amo todo los sonidos". En razón de ese amor prometió a Schönberg que consagraría su vida, toda su vida, a la música.


-Eugenio Trías.

25.4.12

Protocolo 38

No hay un fin que ponerle a la vida porque los fines son cosas muy futuras y allá solo puede existir una profunda ilusión o desilusión de algo, pero nada real. El único fin que me parece lógico es el vivir en el presente, el presente es una efímera entelequia perfecta. Al pasado solo hay que mantenerlo ordenado para que nos permita estar alertas en el presente y para saber dar pasos con algún sentido.

Tal vez mi vida sea un parámetro un poco alejado de los parámetros, aunque si observo a los otros entiendo que sus vidas también están hechas en la medida de cada uno de ellos. Lo que se debe de buscar es estar cómodo en este viaje, es desprenderse de tantas cosas y aprenderse de otras tantas; el secreto es conocerse a sí mismo cada vez más y estar abiertos para lo que queda después de tantos y tantos filtros.

8.2.12

Principios de la teoría de la procrastinación

En cuanto parece que quiero hacer alguna cosa se formula sin reparo en mi cabeza el plan del desarrollo de dicha actividad. Muevo un dedo para accionar el plan pero mi dedo se dirige hacia otra parte, jala a mi cuerpo entero hacia otra actividad y entonces mi cabeza monta al instante un nuevo plan de desarrollo para la nueva actividad. La inercia de los movimientos corporales compite contra la inercia de los movimientos cerebrales, manteniéndome fijo en la inactividad hasta que el recuerdo de alguna cosa pendiente surge de la nada. De inmediato mi cabeza monta un plan de desarrollo igual de elaborado que los otros, manda la señal de acción a los músculos y aunque mi cuerpo se mueve es solo para hacer otra cosa o irse a otro lado. Regresa la ficción de las vidas no documentadas y me quedo fijo en la inactividad hasta que parece que quiero hacer alguna cosa o el recuerdo de alguna cosa pendiente surja de la nada para continuar así hasta que alguien o algo desamarre el amarre y el plan de desarrollo sea ejecutado hasta sus últimas consecuencias, es decir, hasta la perfección.