3.11.08

Animal

Se despertó confundido, era sábado y no había nada qué hacer en todo el día. Se quedó en la cama tratando de entender por qué precisamente ese sábado seguía siendo un humano, otra vez en la vida de un animal humano. En el parque había niños jugando, sus gritos eran molestos. Quiso recordar qué había soñado tratando de escapar a la realidad y volver a ese mundo fantástico sin lograr recordar nada. Trató de volverse a dormir pero los gritos de los niños hicieron imposible el intento. La inconformidad de no aceptar al mundo tal cual es se hizo dueña del día. Ese sábado no habrá forma de aceptar que lo que se es y lo que se tiene son suficientes para hacer un acuerdo con la satisfacción. De nuevo al vacío, la existencia irrevocable que le pide a alguien ser alguien, sin fundamentos ni compromisos. Sin posibilidad de entender y por otro lado sin posibilidad de redimirse en una fe ciega, el punto medio de algo que ya no intenta justificarse a sí mismo a través de una colección de pensamientos comunes. Tal vez el alivio consiste en verse alejado del sentimentalismo, saber que ya no alcanza ni para una tristeza verdadera, saber que la alegría serán los atardeceres llenos de nubes infladas de colores vivos que no siempre estarán a su disposición. La vida se ha convertido en algo neutro, sí, acontece instante a instante, pero en realidad no hay un motor que transforme. Lo que necesita es tiempo para replantearse las reglas del juego y aunque le sobra el tiempo es posible que lo use en fortalecer sus vicios y sus virtudes, todo revuelto, el cochinero junto con lo más pulcro, los opuestos de su persona intentando enamorarse. Sabe que si no logra amalgamarse en un solo individuo sus cualidades se harán defectos y los defectos seguirán siendo defectos, para después escurrirse por el hueco en el centro de su ser. No hay presión, no hay melancolía. Sólo hechos que no necesitan replantearse. No va a jugar al tonto, tampoco se va a esmerar en ser un Einstein. Toma conciencia del tiempo, el sol está arriba irradiando su potencia, el parque se ha vaciado. Se pone su disfraz de deportista y se va a correr sin saber que todos los esfuerzos de lo que resta de ese sábado van a conjugarse para hacerlo dar vueltas por la ciudad en una soledad parcialmente cómoda, que los propósitos prefabricados no van a completarse por decisión propia. Qué ganas de ponerse en peligro de extinción, de no cuidar la salud mental ni la física. Qué ganas de dormir acompañado. Ahora toca exhalar, sacar todo el aire usado, cerrar los ojos, esperar, no, esperar nada, continuar, hacerse un robot, ponerle una aplicación al corazón para que se haga duro, guerrero sin guerra, desdoblarse otra vez, mudar la piel, comprometerse con el desasosiego, sonreír aunque por dentro haya cicatrices a punto de desprenderse.



Tomado de no exagerar.

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