6.10.20

Cambridge, UK 1993-1994

Cuando salí de la prepa, en aquella primera mitad de la década de los 90s (¡ay los 90s, qué tiempos aquellos!), era un escuincle imberbe que no sabía nada del mundo; y no es que ahora lo sepa todo, en primer lugar porque nadie puede nunca saberlo todo, y en segundo, porque por más que uno aprenda de esto y de lo otro, ya lo dijo aquél filósofo de la antigua Grecia que más se ignora entre más se sabe, en esa elocuente máxima del “yo sólo sé que no sé nada”. 

Un buen día uno se da cuenta que la vida no alcanza en realidad para gran cosa, y que más nos vale ponernos al tiro con los pocos años que la esperanza de vida nos puede ofrecer, dicho sea de paso, esperanza que la pandemia del C19 ha venido a disminuir, entonces, al doble de al tiro hay que ponernos shiavissa, porque en cualquier descuido nos vamos por la coladera directos a la nada eterna, en la línea de pensamiento del finado, en acto suicida, gran pensador que fue Emil Cioran.

Me aventé 4 años de prepa porque cuando entré a la prepa se me empezó a quitar lo tímido e inseguro, le entré de lleno a la fiesta y a la disque rebeldía de la juventud por más de una década… Reprobé algo así como el 70% de las materias de primero de prepa principalmente por irme a Ajijic a rentar caballos y jugar carreras por el borde del lago. De castigo me mandaron a vivir a San Antonio Texas unos meses, regresando entré a trabajar a la panadería Goiti que abrió en Av. México y con lo que ganaba me pagué un maestro particular para que me aleccionara en ese 70% del aprendizaje que se me había ido por andar galopando. Regresé al Cervantes Costa Rica y como resultado obtuve amigos en dos generaciones en esa prepa, generaciones que me incluyen en cada una como un miembro del rebaño, duplicando así las invitaciones a los eventos importantes de cada generación. Visto desde esta perspectiva todo lo anterior no estuvo nada mal.

Mi abuela paterna, a mi hermano y a mí, en esa ideología machista, hay que decirlo (privilegio que obtuve por ser uno de los hijos hombres de su único hijo hombre), nos había dicho que terminando la prepa nos mandaría un año a estudiar inglés a cualquier país que nosotros escogieramos donde el inglés fuera la lengua oficial, y lo cumplió. No me malinterpreten al enjuiciar su juicio machista, el haber sido privilegiado con ese año en el extranjero es algo que se lo agradezco infinitamente pues me cambió radicalmente la vida. 

Yo dije que me iría a Canadá porque había visto fotos de sus bosques cambiando los colores de sus follajes en algunos calendarios de esos que ponían en los talleres, abarrotes y lugares así. Mi hermano se fue a Inglaterra, bajando del avión en Londres lo deportaron porque no le creyeron que fuera mexicano. El muchacho regresó, demandó a la oficina de inmigración del Reino Unido, le reembolsaron el costo del vuelo, y se fue a París, y luego a Cambridge, muy astutamente gracias a su deportación logró andar por ‘Uruapan’ más de un año. Estando allá un día me mandó un fax, muy 90s el cotorreo I know, para decirme que yo también me fuera a Inglaterra, que a Canadá podría ir después porque no está tan lejos de México, y que la experiencia de vivir en Inglaterra nada que ver con Canadá. Como yo no sabía nada del mundo y él, no es que dominara al globo terráqueo, pero siempre fue, y a la fecha lo es, una persona mucho mejor enterada del mundo que yo, le hice caso, me fui a Cambridge un año y a la fecha nunca he pisado Canadá.

Si entrara en los detalles de ese año en Cambridge mi integridad moral como miembro de mi familia quedaría comprometida, por no decir corrompida, sin posibilidad de enmienda, así que “ojos que no ven, corazón que no siente”. Algún día escribiré las memorias de ese año, prometo avisarles porque de seguro más de dos personas ya les anda por enterarse de esos shismes. Pero serán publicadas bajo seudónimo, obvi.

Un día del verano de 1993 llegué a Londres, con el examen de admisión a una universidad en Guadalajara aprobado y mi lugar de ingreso reservado para el siguiente año. Esa primera impresión de Europa para mí fue algo así como una especie de Disneylandia pero en versión ‘el viejo mundo’, me parecía estar en un sueño en un parque de diversiones bastante anormal y donde el mundo se movía de otra forma. Al cruzar las calles había que voltear para el otro lado, el inglés intermedio que había aprendido en ‘Lucita te capacita’ no me sirvió de nada, nadie se saludaba de beso ni mucho menos de abrazo, la gente casi se encueraba en los parques a tomar el sol en ese verano, todo el mundo seguía las reglas establecidas by the book en una civilidad nunca antes imaginada en mi cabeza, perdí mi cartera (porque perder carteras cuando viajo es uno de mis hobbies favoritos) en una banca en Trafalgar Square y apreció en menos de una hora en la estación de policías más cercana, el mundo se volvió un lugar gris y solemne, terminando el verano no volví a ver el sol por más de 6 meses y del otoño en adelante a las 5pm ya estaba oscuro y todo cerrado.

La intención de mi abuela era la de hacernos gente de mundo, gente que ha viajado por Europa, radicada un año en Inglaterra, expuesta al British Museum and The National Gallery, té a las 5pm, vestirse de gala en el cumpleaños de la Reina, que supiéramos decir “would you like” en vez “do you want”, que fuéramos al hipódromo, etc. Debo de admitir que con mi hermano esa intensión fue no solo cumplida, sino sobrepasada. En mi caso, algunos avances podemos discutir al respecto, sin embargo la realidad de las cosas es que no sólo a mi abuela, sino a toda mi familia, conmigo el tiro les salió por la culata. 

Perdón por existir, pero yo me fui a meter también a los barrios bajos de Londres los fines de semana con mi amiga holandesa Kim a acompañarla en su intercambio comercial con la mafia y los del menudeo de las drogas, no me drogué ni con mota estando allá por puro instinto de supervivencia, nomás de ver cómo se ponía Kim me agarraba la preocupación de que no me fuera a pasar algo y estando allá, solo, nadie me iría a rescatar a ningún lado, con un océano de por medio entre mi persona y las personas que podrían ver por mí, sino me cuidaba yo a mí mismo, nadie más lo haría. Aprendí por las malas, que es de hecho la única forma de realmente aprender algo en esta vida, que tenía que organizar el dinero porque sino a veces no comería por andar en el antro ese del Equinox en Londres, con 4 pisos y en cada piso un Dj, donde de seguro me ha de haber tocado en las torna-mesas de algún piso bailar y lokear con la música de alguno de los Chemical Brothers o similares. Aprendí a cocinar, a comprar la despensa, a lavar la ropa, a robar en buena onda (onda robo hormiga), a estafar a mis compañeros japoneses para que pagaran las pedas y las cenas en los restaurantes, a ponerme hasta las manitas durante los legendarios pub crawls que tanto me gustaban, a ubicar los hostales más baratos y asquerosos en Londres, a ubicar también el “all the pizza you can eat for 3 pounds”, a comer fish & chips, y a suplir tacos con kebabs. Unas enseñanzas para la vida práctica y fiestera, que mal que bien también se le agradecen a la abuela. Y bueno, aprendí inglés del chido, en la calle más que en la escuela...

Pero el gran aprendizaje que obtuve allá, del cual ni enterado estuve de haberlo aprendido hasta muchos años después, fue el ver con estos ojitos verdes con amarillo, y sobre todo entender, que había otra forma de vivir la vida, otra moral, otra forma de organización entre la gente. Que allá a los 18 años todos saben que se tienen que salir de casa de los papás y empezar a valerse por sí mismos, y que nadie se lo toma mal. Subconscientemente supe que yo podía elegir qué hacer con mi vida, que la educación en la cultura latinoamericana y católica que me inculcaron en casa no eran los límites de mi mundo, ni que las colonias que colindan con la colonia Providencia en Guadalajara tampoco eran los límites del mundo como yo así lo creía hasta que estuve fuera de casa en Inglaterra por un año. Aprendí a tomar mis propias decisiones, y a hacerme cargo de ellas. 

Viajé a Berlín 4 años después de que derribaron el muro y me tocó ver todavía en pie kilómetros del muro, ver la gran diferencia entre la Berlín de acá y la de allá, Potsdamer Platz eran unos pastizales baldíos y no el punto de fuga de los actuales edificios imponentes que los alemanes construyeron ahí los cuales conocí 10 años después cuando volví a esa ciudad, y me deleité en el museo del Bauhaus. Viajé a Salonica y a las Islas griegas. Viajé solo de Roma a Londres, pasando por París, sin un centavo en la bolsa, durmiendo en las estaciones de tren y robando la comida que la gente dejaba en sus platos con la rapidez de un rayo para que los meseros no me la armaran de pedo. Aprendí a maldecir en varios idiomas, y me metí a todos los grandes museos de Europa. Detesté al Vaticano en su desbordante y deslumbrante riqueza mundana, y fui al via-crusis en Roma en Semana Santa con el Papa Juan Pablo II desfilando ante nosotros, cargando una cruz. Me puse una mega peda en Barcelona, y amanecí en la Costa Azul, sin dinero, sin pasaporte, solo; regresar a Barcelona fue un acto que puede bien catalogarse dentro de las esferas y altos privilegios que se le conceden a personas con inmunidad diplomática. Fui a Palermo, a Brujas, a Edimburgo y a Arles, entre muchos otros lugares. Y nadé en el verano de 1994 en el río Cam, ante de regresar a México.

Y por fin, supe un poco más de todo lo que se puede saber de este mundo.