2.11.19

¿De qué crisis me hablas shiava?

Cuando cumplimos cuarenta años encajamos cuarenta velitas en la harina refinada embarrada de betún y prendemos sus lengüitas de fuego como si fueran cuarenta espíritus santos juntos. O en su defecto ponemos en medio del pastel un cuatro y a su lado derecho un cero y también los ponemos a escurrir cera. Con o sin mordida ese día completamos cuarenta vueltas al sol pidiendo un deseo al soplar las velas. El tiempo no avanza para atrás, los años siempre se van sumando. Catorce mil seiscientos días con sus noches incluidas son esos cuarenta años de estar naturalmente inhalando y exhalando aire, a veces dormidas, a veces despiertas, metidas en la diminuta cáscara que forma la atmósfera que cubre a este planeta azul. Entonces alrededor de ese tiempo, días más, días menos, nos preguntamos qué hemos hecho con esos miles de días y miles de noches, la expectativa promedio de vida de estos tiempos cae con todo el rigor para anunciar que de vivir ochenta años vamos en la mitad de la caminata, entonces cierta lógica oculta nos dice que esa primera mitad era la que teníamos que aprovechar para hacer algo con nuestras vidas porque la segunda mitad no parece ser la mejor mitad para empezar a ver si la vamos a armar o no. 

Si nos ha ido bien completamos las órbitas junto al planeta con sus primaveras e inviernos, otoños y veranos, sanas y salvas; y con ánimos de otras cuarenta vueltas más. Pero el fantasma de esa pregunta sobre los logros a la mitad de la vida sigue creciendo hasta que tenemos que enfrentar la respuesta, una respuesta que cada quién tendrá que responderse a sí misma si es que creemos que venimos a esta vida a lograr algo en específico.

Hay quien no llegan a ese número de vueltas y se ahorra todo este trámite de decirse la verdad a sí misma. También hay quién, en un hedonismo de imberbe cría irracional dice que no quiere llegar nunca a esta edad, o alguna edad que por lo que me han contado de viva voz una que otra por ahí puede ser que los sesenta años sean el portal para salirse de aquí, o los cincuenta, y las más despistadas dicen que los cuarenta años son el límite para seguir vivas. En lo personal nunca pensé algo así, sinceramente nunca me ha causado conflicto envejecer, tal vez porque no vi mucha televisión de niña y de chamaquilla solo prendía la TV para ver cine no tan comercial, aunque sí vi E.T. y los Cazafantasmas puede ser que mi tierna cabeza no haya sido manipulada por la cruel mercadotecnia, nunca he comprado una crema anti-arrugas, dos o tres veces me he embarrado mascarillas en la cara porque alguien ya tiene ahí listo el menjurje y si estoy flaca y esbelta no es porque en los últimos años me haya puesto a darle con todo para salvaguardar mi juventud, ejercicio he hecho toda mi vida. Esas que dicen que se van a suicidar al llegar a tal edad son las que posiblemente llegarán a viejas y serán unas viejas (lesbianas) amargadas y arrugadas contra su voluntad frustrada de no haber podido ser unas Dorian Greys. Tal vez acudirán a sabrá Dior que tantas cosas para no dar el viejazo. O en una de esas sí se van a suicidar tras la insoportable levedad (del ser) de estar envejeciendo. Así que antes de llegar a los cuarenta años, si me hacen el favor, pongan en orden sus ideas para que no se les haga bolas el engrudo luego. Y eviten, en lo posible, decir que no quieren vivir más de equis número de años. La realidad es que si su límite eran los cuarenta años llegarán a los cuarenta y entonces dirán que el nuevo límite son los sesenta, y así se la puedan llevar hasta llegar a la vejez y después de todo dirán que haber envejecido no fue tan mala idea. Por inercia, por instinto, todas siempre queremos seguir vivas unos años más. Ahora las jóvenes traen la moda de decir que se sienten viejas prematuras, estas milenials y sus juegos del despiste, déjense de mamadas y aprovechen el ímpetu, salgan a echar lío, todo el lío del mundo, se los dice esta shiava que empieza a ser decrépita, se los paso al costo…

Entonces, volviendo a las cuarentonas, nos acercamos como si estuviéramos perdidas, haciéndonos las despistadas y obviando la trampa que estamos haciendo, y y arrimadas a las que tienen más de 50 años les soltamos el comentario con el vocablo de juventud o de vejez por ahí revuelto en la conversación en un tono para que resalte alguno de estos dos conceptos. Hablamos de juventud si tenemos un vaso a medio llenar en nuestras manos, o tocamos con delicadeza y tacto el tema de la vejez si el vaso en nuestras manos está medio vacío. El objetivo de dicho acercamiento está claro para nosotras, recibir el comentario que nos salve de la revolcada de la ola del tiempo. Nos reconforta escuchar de las más viejas decir que nosotras somos jóvenes, todavía jóvenes, muy jóvenes. Almacenamos el comentario en nuestros subconscientes y esa noche dormimos tranquilas. Tranquilas y jóvenes en el engaño auto-inducido de haber ido con las de más edad a sonsacarles su opinión sobre la juventud. Pasado un episodio así podemos soplar las velas, sean las cuarenta exactas o las cuarenta y tantas y ahora sí amigas, bienvenidas seamos pues, oficialmente, nosotras las jóvenes adultas contemporáneas, a la crisis de los cuarentas.

Nos vemos al espejo con detenimiento, buscamos canas y arrugas con algo de temor, sumimos la barriga, alzamos las alitas y apretamos los bíceps y tríceps para ver que tanta fuerza tenemos. Salimos a la calle y analizamos a las que sí son jóvenes y hacemos comparaciones físicas en específico; que si nos cuelga la lonja más que a ellas, que si nuestras nalgas están más firmes que las de ellas, que si a ellas les brilla más el pelo, etc. Les copiamos sus modas de vestir y arreglarse. Nos embarramos y tragamos cuanto producto nos digan que promete dar el gatazo de la frescura de la juventud y procuramos entender a fondo qué es eso de los antioxidantes en los arándanos. Una mejor dieta llega a nuestro sistema digestivo y tal vez incursionamos por primera vez en el acondicionamiento físico. 

No importa que tanto nos preocupemos por seguir siendo jóvenes, que tantas cosas hagamos o dejemos de hacer, la realidad es que cerca de la media noche los ánimos nos empujan a irnos a meter a la cama, sino es que desde un principio decidimos mejor ni siquiera salir a socializar. La libido se empieza a desaparecer de vez en cuando y ya no andamos en esa urgencia del apareamiento festivo y voluptuoso. Las machinas ya no podemos sostener una erección por horas y es ahí donde ahora sí decimos “vergas” casi con lágrimas en los ojos. Puede ser un duro golpe al ego, a nuestra seguridad y autoestima. El tren se nos fue shiavas, queramos o no, y más nos vale aceptar los hechos tal como son. No es que ya no nos vayamos a poner cachondas, no es que ya no nos vayan a dar ganas de tener sexo, no es que ya no vayamos a querer salir de noche; pero indiscutiblemente ahora las fuerzas internas de nuestros ánimos y nuestras energías, nuestros pensamientos y motivadores, son otros. Una nueva vida se perfila en nuestro horizonte próximo y más nos vale acatar los proceso de la naturaleza con empatía y amabilidad para con nosotras mismas. 

Por otro lado tenemos opiniones más sólidas sobre ciertos temas y certezas sobre qué queremos, quienes somos, que nos gusta, hacia dónde vamos. Pero ni toda la seguridad del mundo nos salvará de la inseguridad de saber que el tiempo ya pasó y ese producto no es renovable, no es acumulable, ni es algo que se puede revertir. La crisis dura y tupida les llega con todo y las golpea fuerte a las que pasaron “sus mejores años” en recato y abstinencia, entonces ellas quieren que el tren no se les vaya y sacan energías de donde ya no las hay para darle vuelo a la hilacha, tardíamente. Se meten los estimulantes que ya no les harán los mismos efectos que diez o veinte años antes, se mezclan en los antros entre las jóvenes que las miran como lluvias fuera de estación y el tremendo golpe de la depresión las tumba al piso, las mete al pozo sin fondo de la desesperación de querer comerse al mundo cuando la realidad es que el mundo ya se las comió a ellas.

Cuarenta escalones hacia arriba y entonces empiezan los escalones hacia abajo, digan lo que digan, es así. No le demos más vueltas ni disfracemos los hechos con bonitas metáforas que nos hagan creer lo contrario. Nacemos, crecemos, por favor de ser posible no nos reproduzcamos y si lo hacemos pongámonos al tiro, y nos morimos; fin de la historia. Entre crecer, coger y morir hay una curva que sube, una cresta, y luego la bajada, con o sin frenos. No es algo repentino donde de los cuarenta años en adelante ya todo esté perdido, no es que en el día catorce mil seiscientos uno necesitemos un bastón ya. No es que la libido desaparezca por completo de un día para otro, ni que nunca más nos den ganas de tirarnos dos días seguidos de fiesta. Pero, por otro lado, el foco rojo se ha prendido y la sirena empieza a sonar, es entonces cuando las cuarentonas que creen no haberse divertido lo suficiente empiezan con su triste y penoso acto de no envejecer. Tal vez esto no pase el mero día del cumpleaños número cuarenta, es más, puede ser que el cumpleaños número cuarenta llegue y pase sin mayores preocupaciones ni sobresaltos, como me pasó a mí. Empecé mi crisis de los cuarentas ignorando mi entrada al cuarto piso, no hice fiesta ni celebración alguna, no me dieron ganas y como ya desde años anteriores tampoco me habían dado ganas de celebrar uno que otro cumpleaños me refugié en ese precedente para escapar de mi tránsito por el arco del triunfo de la llegada al cuarto nivel.

Hemos inventando colectivamente artilugios conceptuales y creo que hasta en las revistas onda Cosmopolitan han salido los desplegados que rezan así: los treintena son los nuevos veinte, luego entonces, los cuarenta son los nuevos treinta. Somos magas que desplazan las décadas como soplando sobre un diente de león y así de fácil todo vuela y se pierde en la corriente del aire. Pero ni los cuarentas son los nuevos treintas ni los treintas son los nuevos veintes. No se apendejen morras, los veintes son los vientes con sus hormonas de los veintes, los treintas son los treintas con sus hormonas de los treintas y los cuarentas son los cuarentas con la falta de hormonas de los cuarentas.

En lo personal, ya para concluir mi stand-up comedy act, les diré que para mí no ha habido y tal vez no habrá crisis de los cuarentas porque desde los catorce años anduve de loquilla tirando party por aquí y por allá, porque viví mis años mozos sin  tanto recato y me divertí y me desvelé y cogí creo que hasta de más, tanto que ahora que la vida me obliga a estar más apaciguada, lejos de sentir que se me fue le tren, este descanso de ya no tener ganas ni tantas energías lo recibo con una gran sonrisa y lo abrazo porque por fin ya no estoy siempre dispuesta a tener sexo, por fin me puedo quedar en casa sola a estar conmigo y sí, tengo muchas preguntas sobre cómo se configurará la vida de ahora en adelante, sé que ahora los peldaños irán hacia el pozo de la tumba y no hay pedido en el ejido, no todo está consumado en mi vida y empiezo a formularme nuevos retos, nuevos destinos, nuevas magias y nuevas formas de administrar mi vida y mis energías.

Está de más decirlo pero lo diré, vivan sus vidas de acuerdo a los años que tengan y gasten sus energías de acuerdo lo que sus cuerpos les permitan, no economicen de más, no despilfarren de más. Una de cal por las que van de arena y junto al desenfreno de los años mozos una buena alimentación, mucha agua y ejercicio siempre serán los mejores aliados para ser o no ser 24 hours party people y llegar a la bajada completas, satisfechas y sonrientes hacia el destino final.

[Este texto está escrito en femenino porque me acaban de avisar hace dos semanas que este siglo es y será el siglo de la reivindicación mundial de la mujer, y yo me alineo a los procesos de la vida y del mundo sin mayor problema.]