19.3.10

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[...] Vaga y retóricamente, atribuimos a ciertos actos del espíritu y a los que suponemos que son sus consecuencias –la idea científica, la obra de arte, el sistema filosófico, la proeza histórica– la etiqueta de ‘grande’. Nos referimos a ‘grandes’ pensamientos o ideas, a productos del genio intelectual, artístico o político. No menos vagamente hablamos de pensamientos ‘profundos’ en oposición a triviales o superficiales. Spionza baja al pozo de la mina; el hombre de la calle se desliza habitualmente por la banal superficie de sí mismo o del mundo. [...]

Todos vivimos dentro de una incesante corriente y magma de actos de pensamiento, pero sólo una parte muy limitada de la especie da prueba de saber pensar. Heidegger confesó lúgubremente que la humanidad en su conjunto no había salido de la prehistoria del pensamiento. Los alfabetizados cerebrales –carecemos de un término adecuado– son, en proporción con la masa de la humanidad, pocos. [...] Pero la capacidad de tener pensamientos que merezcan la pena de ser pensados, más aún, de ser expresados y conservados, es relativamente rara. No hay muchas personas que sepan pensar con una finalidad que sea original, y mucho menos que sea exigente. [...]

[...] La verdad, enseñaba el Baal Shem, está perpetuamente en el exilio. [...]

[...] No hay democracia en el genio; solamente una terrible injusticia y una carga que amenaza la vida. Están los pocos, como dijo Hölderlin, que se ven obligados a aferrar el relámpago con las manos desnudas.

Este desequilibrio, junto con sus consecuencias, el desajuste del gran pensamiento y la gran creatividad con los ideales de la justicia social, es una novena fuente de melancolía (Melancholie).


‘Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento’ de George Steiner.

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